Tal vez de fondo escucho esto que se va como la brisa: Water’s fall
Querida J.L
Recuerdo cuando te nombré por primera vez, tu apellido enumeraba recuerdos y estos a su vez titilaban como pequeñas luciérnagas en una superficie arenosa que parecía magnetizarse, en instantes era más fuerte el magneto y unas se quedaron atrás y otras sobrevivían, aquellas que sobrevivieron hicieron huequitos en la arena hasta llegar a la memoria donde iluminaban con aleteos segmentos anclados al olvido.
¿Acaso existe ese lugar en tu memoria?
También recuerdo todas las excusas que dabas acerca de tu nuevo nombre, habías sido una inicial tanto tiempo que renombrarte te parecía molesto, ¿por qué? ¿por qué? a pesar de tu refunfuñar y ceño fruncido toda esa semana, dejaste que te nombrara siempre y cuando conservara la inicial y todo partiera de mi propio nombre, de lo contrario tu huelga de prosa iba a extenderse como inanición de páginas enteras de bloqueos y autosabotajes. Así que cedí, si íbamos a estar juntas tanto tiempo, tendría que acordar que estuvieras bien con esos colapsos histéricos de glucosa y soledad.
Cuando empezamos, recuerdo que iniciaste un desbloqueo de existencialismos que pensé ya habíamos arreglado en algún punto de nuestra relación, sin embargo te habías obsesionado con sentirte sola, ¿cómo era posible? con todo el amor que nos rodeaba, ¿cómo era posible?
No me dejaste dormir varias noches, en las que tuve que comprar una cama nueva, aunque insistían en que eso no tenía sentido, esa creencia vaga de cambiar de cama a una queen para atraer compañía era irrisoria para ti, pero luego volcaste toda tu energía a que eso era real, empezaste a renombrar los objetos como si fueras un Crátilo recién nacido. Y bueno, es cierto, acababas de nacer y te estábas amoldando a mañas de un huésped algo inusual. La cama buen un gran alivio para mi espalda, aunque me recordabas que te molestaba que la haya comprado sin consultarte, es más, decidiste dormir en el sofá toda una temporada de páginas automáticas, y gritabas entre los cojines que tu espalda ya no era la misma, que no habían suficientes recuerdos para poder amar ese sofá, que en realidad era muy incómoda, que de verdad era un sofá infollable.
Te volviste a sentir sola, sólo porque así lo elegiste, y esa sensación la transportaste renglón a renglón, ¿No era suficiente con que yo me sintiera feliz para que compartieras conmigo? Pensé que debería ser suficiente. Luego te internaste en más cosas sin sentido, como aquella en la que no me dejaste escribir sobre L, me lanzaste un cojín del sofá, la lámpara hizo corto circuito y el computador no encendió por dos días.
¡Eres insufrible! (pensaba)
Y en medio de conversaciones de sofá, me di cuenta que tenías razón el sofá era infollable, no tenía memoria del cuerpo, pero también era porque lo usaba poco, y también cedí y te di la razón, no era necesario escribir sobre ella, si ya teníamos acumuladas historias que se estaban desbordando. Te doy un poco de crédito, recuerdo que esa tarde pactamos usar nuestra nueva cama como cama y sofá, compramos más cojines para hacer otro espaldar y así engañar a nuestros cerebros: que pensaran que estábamos en dos lugares distintos. Eso engañó mucho a mi rodilla, te agradezco ese plan, ya que no me podía mover, fue grandioso poder cambiar la perspectiva de las cosas. Seguro que no te sentiste sola, después de inventamos un nuevo sofá. ¿No?
Sinceramente,