15/07/2015
Rodeo I
Una vez, viendo/escuchando/leyendo/sintiendo como las escritoras hacen lecturas en voz alta, en auditorios, o a amigas en tertulias o lo que sea que hagan para tener esa necesidad de leer en voz alta, me pregunté, ¿será que todos las escritoras por defecto están destinados a leer en voz alta a otros, a sus lectoras? ¿o lo podemos hacer de otra manera?
¿Será lo mismo que dicen que una escritora que no lee no puede ser escritora?
¿O una escritora que no lee en voz alta a sus lectoras no podrá ser una escritora o ser leída?
Y ahí viene la cuestión, una escritora escribe y una lectora lee, ¿cierto?
¿No es muy extraño que la escritora se vuelva lectora de su propio texto leyéndole a otras en voz alta?
¿Entonces se vuelve lectora y se aleja un rato de ser escritora y ahora las que eran sus lectoras, se vuelven oyentes que imaginan otra vez lo que ya han leído y crean otros mundos gracias a la voz de la escritora que ahora es lectora?
Entonces, ¿no es un poco narcisista leerse así misma y para colmo de azares descubrirse allí, en medio de esas letras que hace rato no habían sido leídas por la misma autora?
Así podría divagar toda la tarde de este no lunes, acerca de la extraña e irremediable sensación que me genera eso de leer obras propias en voz alta.
Rodeo II
Generalmente leo en voz alta sí, pero me leo a mí misma, camino de un lado a otro, hago entonaciones de las voces de los diferentes personajes, a veces mis testigos son mis gatos o una grabadora que copia mi voz. Luego escucho la grabación y ya dejo de querer leer, es muy raro escuchar el reflejo de tu voz, se siente como verse en el espejo, pero es el reflejo imaginario de cómo crees que los oídos de los otros te registran. Porque en realidad no todo el tiempo estás escuchando tu propia voz en un dispositivo, en cambio el reflejo en un espejo lo ves cuando te lavas los dientes todos los días, ¿ven?
***
(Llamada entrante, J, mira por el rabillo del ojo, a ver de quién se trata: Número desconocido, lo deja sonar y sonar, piensa que si ignora la llamada podría concentrarse y encontrar la mejor manera de narrar esta cotidianidad, pero en verdad sabe que si no responde a la llamada, el no saber de quién era el llamado, no la dejará concentrar, así que se lanza a contestar y al darle al botón verde, han colgado. Vuelve la mirada a la pantalla y mira la hora, como si a las 17:33 le estuviera haciendo un guiño, se le pasa por la mente, hacer un refresh rápido a alguna red social, se abstiene… 1, 2, 3… logra abstenerse. Teclea la letra C, durante 7 renglones, subraya y borra todo.)
Rodeo III
A veces leo en voz alta, a ciertas personas que se cruzan en el camino y siento esa necesidad de leerles de la manera en cómo mi mente narra, cómo mi voz se escucha allá adentro y cómo, a veces, hay ciertas frases que se crearon a partir de su sonoridad y estas no se pueden por ningún motivo leer de otra manera.
De hecho hay pequeñas líneas que deberían tener un pie de página con la instrucción adecuada para ser leídas o en su defecto y aprovechando la tecnología la autora debería grabarse así misma y leer ese instante de fraseo, justo en el momento en el que se originó.
Rodeo IV
La primera vez que leí el borrador de mi primera novela a una persona real, (de hecho fue hace poco) descubrimos (la lectora/oyente y la lectora/escritora) que para poder empezar a leer, se necesitan diferentes tipos de rodeos, irse por las ramas, mientras los nervios se asentaban en algún lugar de la tráquea o en la punta de los dedos para dejar que la retina y la voz se conectaran por fin.
Los rodeos consistían en risas, sonrisas dibujadas, preguntas que no tenían que ver con la lectura, las ramas crecían hacia otros temas, hasta que me di cuenta que estaba contabilizando el número de rodeos que interrumpen mi inicio de la lectura, incluyendo hablar en voz baja para mí misma, uno que otro chiste sobre los nervios (claramente mal narrados, soy pésima con los chistes) y alguna que otra anécdota.
Rodeo V
Esa noche, sólo iba a leer el primer capítulo de mi novela (Desarmar el cuerpo) y sólo iba a llegar al fragmento de Ema que más me gustaba, ese que me hace sonreír porque me encanta imaginar a Ema cuando apenas tenía siete años. Esa noche alargó sus ramas literarias, se extendió hasta enredarse con la luna, en medio de algunas interrupciones: gatos exigiendo atención, un globo terráqueo que se tambaleaba iluminando el set de la oyente desde su mesa de noche, la caída de un trípode improvisado, Skype que a veces intentaba caerse o deformar mi voz como si fuera un robot traído de un cuento para niños, hasta mi propia voz dudando de algunas palabras, la sorpresa de un capítulo que ni yo recordaba haber escrito.
Rodeo VI
Leer en voz alta un texto propio es terminar de desnudarse, es sobre exponerse, desarmarse ante el otro, las extrañas y las cómplices. Es como estar en una playa nudista literaria, entre las pieles, los versos, la prosa y el oleaje de susurros que se escuchan del otro lado. Leer en voz alta y compartirle al otro un poco de una misma.
Por:
Juliana Ramírez Plazas
Escritora cotidiana